Vías ferratas, el senderismo vertical
posteado en Montañismo, Senderismo y Trekking por Jon Pérez Feito
Encaramarse por paredes verticales, jugar con las sensaciones que provoca el vacío y disfrutar del paisaje desde alturas inaccesibles no es un privilegio reservado únicamente a los escaladores. Gracias a las vías ferratas cualquier persona en buena forma y con un mínimo de conocimientos puede experimentar esas sensaciones sin comprometer en absoluto su seguridad.
Las vías ferratas son recorridos equipados con toda una variedad de elementos metálicos (grapas, vástagos, cadenas, sirgas, paraboles, puentes de cable…) que nos permiten progresar por una pared y a la vez permanecer asegurados en todo momento.
Se trata de una forma técnicamente sencilla (aunque puede ser muy exigente físicamente) de conocer un mundo vertical que normalmente nos estaría vetado. Y es, sin duda, una actividad que no deja indiferente a nadie. Recorriendo una vía ferrata sentiremos el privilegio de disfrutar del paisaje desde una atalaya inaccesible; el miedo morbosamente gozoso que surge cuando nuestro instinto nos dice que estamos en peligro y nuestra razón responde que no es cierto; la sorpresa de descubrir que ese paisaje vertical que parecía estéril está, en realidad, lleno de vida…
Al contrario de lo que ocurre con la escalada, donde dependiendo de la vía es necesario portar una gran cantidad de material y dominar una amplia variedad de técnicas, para disfrutar de una vía ferrata solo hace falta un casco, un arnés y un dispositivo asegurador. Ese es, al menos, el material básico, porque lo cierto es que hay vías ferratas de muchos niveles y en los más altos es recomendable contar con algo de material extra.
Una sirga y muchas grapas son el equipamiento estándar de una vía ferrata.
En cualquier caso, de todo el equipo necesario para una ferrata, el único elemento que es exclusivo de esta actividad es el dispositivo asegurador. Este consiste en un anillo de cinta que se fija al anillo ventral del arnés y del que parten dos cabos rematados por grandes mosquetones de apertura rápida. Ambos cabos deben ir anclados en todo momento a los elementos fijos instalados en la pared, bien sean las grapas que utilizamos para subir, bien sea la sirga que hace de línea de vida. Se trata de un sistema redundante: cuando soltamos un cabo para fijarlo más arriba permanecemos asegurados por el otro de manera que siempre estamos unidos a la pared con al menos un mosquetón. Además, el dispositivo cuenta con un mecanismo de absorción diseñado para que, en caso de caída, el frenado sea dinámico y no suframos un fuerte golpe en la cintura.
Un poco de historia
Aunque en nuestro país las vías ferratas han hecho su aparición en época relativamente reciente (años 90), lo cierto es que el concepto tiene casi tanta historia como el propio alpinismo.
Los primeros senderos de montaña equipados con vástagos de hierro aparecieron en los Alpes durante la segunda mitad del siglo XIX (el primero en el Hoher Dachstein austriaco en 1843, después en el Grossglockner y en la Marmolada). En Estados Unidos, en 1893 dos rancheros locales construyeron una escalera a base de encajar tacos de madera en una fisura, lo que les permitió acceder por primera vez a la cumbre de la famosa Devil’s Tower. Más tarde, John Otto recurriría al tallado de presas y el taladro de vástagos para acceder a la cumbre del Independece Monument, una torre de arenisca que destaca sobre el desierto en Utah.
La impresionante Devil’s Tower, en Wyoming.
La finalidad de estos “senderos”, muy trabajosos de abrir, era distinta en ambos continentes. En Europa se buscaba crear un acceso permanente que permitiera a los guías alcanzar las cumbres con sus clientes de manera habitual y segura; en Estados Unidos, en cambio, se empleaban para acceder a cimas imposibles por primera vez, es decir, se usaban para lograr el primer ascenso.
Pero hubo que esperar a 1915 para que una nueva finalidad, la guerra, convirtiera el equipamiento de rutas en algo habitual. Ese año Italia decidió entrar en la Primera Guerra Mundial en apoyo de los Aliados y atacó al Imperio Austrohúngaro en su frontera común, que resultó ser el frente más escarpado de todo el conflicto. Obligados a combatir en un teatro de operaciones plagado de picos, collados y aristas, austriacos e italianos se lanzaron a construir caminos que les permitieran emplazar baterías y mantener los pasos de montaña. No lo hicieron con demasiada sutileza; las ferratas de los Dolomitas son famosas por atravesar túneles y cornisas talladas a base de barrenado, entre pozos de tirador y nidos de ametralladora. Fue aquí, al terminar la guerra, cuando el concepto de vía ferrata nació como tal (y también el nombre). Ya no se trataba de alcanzar ninguna cumbre, sino de “pasear” por las cicatrices que la guerra había dejado en aquella parte de los Alpes, algo que pronto empezó a atraer a más gente.
Las históricas ferratas de Dolomitas son distintas a todas las demás y recorren galerías y antiguos emplazamientos militares.
En España las clavijas de Cotatuero, en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, son las primeras precursoras de las vías ferratas modernas. Este pequeño tramo suspendido sobre el circo de Cotatuero fue equipado en 1881 por dos herreros locales, a petición de un cazador inglés que no quería demorarse en alcanzar los tramos superiores por el camino normal. Posteriormente, a lo largo del siglo XX se equiparon otros recorridos con distinta finalidad, pero hubo que esperar hasta la década de los 90 para que en nuestro país apareciera la primera vía ferrata moderna, la Teresina, en el macizo de Montserrat.
Vías ferratas en España
España es uno de los países más montañosos de Europa, con una altura media de 660 metros, solo superada por pequeños estados que se encuentran, casi íntegramente en mitad de grandes cordilleras (Suiza, Austria, Andorra y Liechtenstein). La península cuenta con una orografía que la ha convertido en un auténtico paraíso de la escalada; un escenario en el que ya se han equipado miles de vías. En cambio, las ferratas, como ya se ha dicho, llegaron en época relativamente reciente.
Por suerte para los aficionados a esta disciplina, cada vez son más las zonas en las que se apuesta por este tipo de itinerarios. La equipación suele correr a cargo de federaciones de montaña o municipios que quieren mejorar su oferta turística. Tal vez por eso las ferratas resultan cada vez más espectaculares. Ya no se trata solo de recorrer una pared, los puentes tibetanos, los péndulos y las tirolinas son cada vez más comunes.
Las instalaciones de las vías ferratas son cada vez más sofisticadas.
El caso es que hoy por hoy ya hay más de 250 ferratas repartidas por España. Bien es cierto que la distribución no es muy regular; la mayoría de ellas se encuentran en la mitad oriental de la península, principalmente en el Pirineo oscense y leridano (Puedes consultar la lista actualizada aquí).
Los niveles de dificultad son de lo más variado, pero es importante consultarlos antes de la actividad porque, como ya hemos dicho, las ferratas de mayor nivel son muy exigentes y sin las debidas experiencia y preparación, podemos encontrarnos en un apuro. En cualquier caso, como en todo, se trata de empezar poco a poco e ir ganando experiencia. La mayoría de la gente que lo prueba, repite. ¿Te atreves?