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Ascendiendo Quelccaya: Donde descansan las estrellas

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Por Raquel García (@raqueltoots)

Mi última expedición ha sido un verdadero reto en uno de los países más hermosos que he tenido la fortuna de visitar: Perú. Esta vez, el desafío era monumental: ascender al glaciar tropical más extenso del mundo, Quelccaya. Este reto no era solo personal, ya que me convertiría en la primera mujer europea en conquistar su cumbre. Antes de enfrentar esta gran prueba, sabía que debía preparar mi cuerpo y mi mente, así que iniciamos una aclimatación de cuatro días en la majestuosa cordillera de Vilcanota, en los Andes peruanos.

La travesía comenzó en Pacchanta, una aldea ubicada a 4.200 m. Aquí no solo sería el punto de partida para nuestra aclimatación, sino también el lugar donde realizaríamos la labor social que siempre acompaña a nuestras expediciones. 

La belleza del Nevado Ausangate de 6.384 m como telón de fondo, nos acompañó durante todo el trekking de aclimatación. Las llanuras interminables, salpicadas de rebaños de alpacas, ofrecían un paisaje impresionante, pero también un recordatorio constante de la altitud extrema en la que nos encontrábamos.

Este trekking alrededor del imponente Ausangate fue una de las aclimataciones más duras que he realizado hasta el momento. Cruzamos pasos de 5.000 y 5.200 m, enfrentando condiciones que pusieron a prueba no solo nuestra resistencia física, sino también nuestra fortaleza mental. 

Recuerdo especialmente un día que se quedó grabado en mi memoria. Partimos de Upis con la meta de llegar a la Laguna Negra, pero la jornada se tornó en un verdadero desafío cuando el clima nos golpeó con una furiosa tormenta. Lluvia, granizo y nieve nos acompañaron durante horas, y a tres horas del campamento base, sufrí una crisis de ansiedad que me dificultaba respirar. La altitud solo agravaba la situación. Afortunadamente, mi compañero Kike, con una paciencia y apoyo invaluables, logró calmarme y ayudarme a continuar, avanzando a un paso lento pero tranquilo.

El equipo, compuesto por Pablo, el médico cardiólogo; Toño, el operador de cámara; Guillermo, el bombero; y Kike, nuestro guía de montaña, fue fundamental para sobrellevar estos momentos difíciles. Cada uno, a su manera, aportó su granito de arena para que pudiéramos seguir adelante. Con las tiendas ya montadas y una temperatura de -1º, la situación era delicada, pero la solidaridad del grupo nos mantuvo en pie.

Además de los desafíos físicos, la expedición también incluyó una importante misión social. En una aldea cerca de Pacchanta, a 4.200 m, organizamos un taller de pintura para los niños locales. Como pintora y montañera, fue un honor para mí equipar una gran pradera con mesas y materiales de pintura para que los niños, de entre 3 y 16 años, pudieran disfrutar de un día diferente. Emanuel, nuestro guía, también jugó un papel crucial, comprando juguetes y comida para repartir entre los niños. Este taller, junto con las otras actividades sociales que realizamos, es uno de los recuerdos más preciados que me traje de este viaje.

Las pinturas realizadas por esos pequeños artistas ahora forman parte de una exposición itinerante que recorrerá España junto a obras mías. 

La labor sanitaria que realizamos, liderada por Pablo, fue otro pilar de esta expedición. Nos sorprendió la gran cantidad de personas que acudieron en busca de ayuda, a pesar de la desconfianza inicial. Muchas veces, Pedrito, nuestro arriero, tuvo que actuar como traductor del quechua al español, lo que permitió que pudiéramos comunicarnos y brindar la atención médica que tanto necesitaban.

Este viaje a Perú no solo fue un desafío para mis capacidades físicas, sino también una experiencia profundamente humana, llena de aprendizajes y momentos inolvidables. 

Tras completar nuestra labor social en Pacchanta, donde todo el equipo se involucró con entusiasmo, pasamos un par de días en Cusco para recuperarnos antes de enfrentar nuestro próximo gran reto: el intento de ascender Quelccaya, el glaciar tropical más extenso del mundo. La emoción se intensificó cuando descubrimos que la primera mujer en llegar a la cima no alcanzó la altitud máxima del glaciar. En la montaña, cada metro cuenta, y ser conscientes de este detalle nos impulsó a darlo todo en esta ascensión.

Con toda la preparación y la información recopilada, estábamos listos. Pero más allá de la hazaña, quiero subrayar un mensaje crucial: el acelerado retroceso del glaciar Quelccaya y su conexión directa con el cambio climático. Este coloso de hielo podría desaparecer en unos 30 años si no se toman medidas adecuadas para protegerlo. Esta realidad nos impulsó a reflexionar y a comprometernos más con la protección del medio ambiente.

El viaje hacia el glaciar comenzó con un trayecto en jeep de más de siete horas, recorriendo caminos que me recordaron a las carreteras de Nepal. Llegamos al campo base de Quelccaya, situado a 4.900 m, donde el ambiente de camaradería entre todo el equipo hizo que esta experiencia fuera más que un reto deportivo; se convirtió en una vivencia compartida, creando una pequeña familia, tal como nos ocurrió el año pasado en el Kurdistán turco.

Las planicies inmensas y las montañas gigantes seguían acompañándonos, pero esta vez, algo más nos sorprendió: vicuñas, esos esquivos y elegantes animales, parecidos a las alpacas, pero mucho más difíciles de avistar. Nos sentimos afortunados al verlas tan cerca, a solo unos cien metros de nuestro campamento.

La noche antes de la ascensión, los nervios me jugaron una mala pasada, y apenas dormí. Sabía que al día siguiente nos enfrentaríamos al glaciar, y la anticipación me mantuvo despierta. 

Con las mochilas cargadas al máximo, emprendimos el camino hacia lo desconocido. La primera jornada se me hizo eterna y muy dura, pero el momento en que pisé la morrena por primera vez fue indescriptible, una mezcla de emoción y respeto por la inmensidad del desafío que teníamos delante.

Al llegar al campamento alto, a 5.300 m, lo que habíamos temido se hizo realidad. Una tormenta se desató con fuerza: truenos, viento, ventisca y frío. Nos refugiamos en nuestras tiendas, esperando que la tormenta pasara, y por suerte, no duró demasiado. Cuando salimos al exterior, nos recibió uno de los espectáculos más hermosos que he visto, una imagen grabada en mi memoria para siempre.

A las 18:00 nos preparamos algo de cena y nos acostamos temprano, ya que el despertador para intentar la cima sonaría a las 2:30 de la madrugada. Pero, una vez más, el sueño me fue esquivo. Cuando el despertador sonó, yo ya estaba despierta, concentrada y en silencio como todos los demás. A esas horas y con el termómetro marcando -15º, comimos lo poco que pudimos antes de equiparnos con frontales, cuerdas y todo lo necesario para la ascensión.

Contra todo pronóstico, comencé la ascensión con buen ánimo, a pesar de las pocas horas de sueño acumuladas. El equipo avanzaba con mucha precaución, marcando las grietas que encontrábamos en el glaciar para evitarlas. La oscuridad de la noche nos envolvía, y lo único que se veía era la luz de los frontales y las pisadas de nuestros compañeros. A medida que ascendíamos, la niebla comenzó a envolvernos, y hubo momentos en los que el guía no tenía claro el rumbo. Pero para eso teníamos los GPS, que nos mantuvieron en el camino correcto.

Mis fuerzas comenzaron a flaquear, y hubo un momento en el que sentí que no podía continuar. Le dije a Kike que, si no habíamos llegado a la cima, no podía seguir. Mis pies avanzaban por inercia, y mi mente se rindió. En ese preciso instante, Kike me informó que Guillermo, que se había adelantado, había confirmado con el GPS que estábamos por encima de la altitud máxima marcada como la cima. Estábamos a 5.666 m, pero la niebla era tan densa que no veíamos ninguna referencia visual. Toño el cámara comenzó a grabar las coordenadas y la altitud en el altímetro. Y justo en ese momento, la niebla empezó a despejarse.

La celebración fue inmediata, aunque yo tardé un poco en reaccionar. El esfuerzo había sido enorme, pero lo habíamos logrado. Las lágrimas, los gritos de alegría y la emoción se desbordaron. Sabíamos que teníamos que bajar rápidamente, ya que el tiempo seguía inestable. Con la luz del día, nos dimos cuenta de las enormes grietas que habíamos esquivado durante la noche. Fue un recordatorio de lo peligroso que puede ser el glaciar, y de lo importante que es mantener la concentración en todo momento.

Este logro no fue solo una conquista personal, sino un testimonio de la fuerza del trabajo en equipo y de la importancia de perseverar frente a la adversidad. Y así, con la cima conquistada y el mensaje sobre la fragilidad de nuestro planeta más presente que nunca, comenzamos el descenso, llevando con nosotros no solo la satisfacción de haber alcanzado la cima, sino también el compromiso de seguir luchando por la preservación de estos maravillosos lugares.

Con la cima del glaciar Quelccaya conquistada, concluye un reto que ha sido tan físico como emocional. Sin embargo, el viaje no termina aquí. Me llena de orgullo anunciar que en octubre se estrenará mi quinto documental «Quelccaya: Donde Descansan las Estrellas», un proyecto que ha capturado cada momento, cada desafío y cada emoción vivida durante esta increíble expedición.

Este documental recorrerá toda España, y estaré encantada de llevarlo allí donde me llamen y quieran proyectarlo, compartiendo experiencias y reflexiones sobre la expedición, el glaciar Quelccaya, y la urgente necesidad de proteger nuestro planeta.

Si desean ponerse en contacto conmigo para organizar una proyección, charla, coloquio o simplemente para compartir impresiones, pueden hacerlo a través de mis redes sociales: Instagram y Facebook. https://www.facebook.com/raqueltoots https://www.instagram.com/raqueltoots/  Estoy deseando compartir con todos vosotros esta aventura y seguir llevando el mensaje de conservación y respeto por la naturaleza.

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02 Oct, 24

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