
Aventuras entre la niebla y refugios mágicos: nuestra ruta hacia Finisterre
posteado en Aventureros Columbus por Columbus Discover Nature
Por Vaiven (@vaiven2)
Etapa 1
¡Por fin llegó el día! Después de semanas planeando nuestra salida hacia Finisterre, estábamos listos para pedalear por caminos desconocidos. Pero, claro, como todo buen comienzo, no podía ser sin un poco de drama.
Partimos desde San Miguel de Reinante (Barreiros) Lugo.Nada más arrancar, me di cuenta de que el tráfico veraniego de la costa no es para débiles. ¡Qué caos! Pero al cabo de 20 km logramos escapar de las carreteras nacionales y nos adentramos en la tranquilidad de la LU-P-1510. Ahí la vida cambia: menos coches, más paz, y una fuente de agua fresca que nos salvó del calor abrasador.
El mirador en Viveiro, nuestro destino, nos recibió con niebla tan espesa que casi podías cortarla con un cuchillo. Llegamos agotados y, aunque sabíamos que las vistas de la Ría de Viveiro y la Isla Coelleira eran espectaculares… ¡no vimos absolutamente nada! Entre risas nos resignamos a cenar y esperar a que oscureciera para montar la tienda.”
Etapa 2
Si el día anterior fue un reto, hoy fue una mezcla de risas y pequeños sustos. Empezamos con un amanecer despejado que nos regaló las vistas que la niebla nos negó ayer. ¡Qué maravilla despertar así!
Con las energías renovadas, recogimos el campamento y desayunamos sin prisas. Sin embargo, la bajada del mirador fue un capítulo digno de película de acción. Entre el asfalto destrozado y las curvas de infarto, sentíamos que los frenos iban a rendirse en cualquier momento. Honestamente, ¡preferiría subir que volver a bajar por ahí!
El tramo siguiente fue tranquilo, hasta que la carretera decidió que era hora de darnos más emociones. Subidas interminables, descensos llenos de piedras sueltas y alforjas que brincaban como si tuvieran vida propia. En un momento, uno de los enganches decidió rendirse y tuvimos que detenernos para repararlo. Nos mirábamos entre risas y sudor pensando: «¡Esto sí que es una aventura!»
Finalmente, llegamos al área recreativa en la frontera entre Lugo y La Coruña. Duchas, baños, enchufes… ¡y agua caliente en la ducha de chicas! Aunque Frank no tuvo la misma suerte, salió tan contento que me dijo: «Me da igual, ¡me ha sentado genial!»
Pero no todo iba a ser tan perfecto. El área recreativa estaba llena de bañistas y coches. Frank, con su espíritu explorador, decidió buscar un refugio cercano. Después de una hora de exploración, volvió emocionado: «¡El lugar es increíble, pero hay que ir con calma!»
Seguimos el curso del río Sor, empujando las bicis por senderos que parecían sacados de cuentos. Al llegar al Refugio Salustio, entendi el entusiasmo de Frank. ¡Era mágico! Un rincón escondido junto al río, con barbacoas, mesas de piedra y un baño seco. Decidimos montar la tienda afuera para disfrutar del entorno.
El día terminó con una cena junto al sonido del agua. Exhaustos pero felices, nos metimos en la tienda con una sonrisa. Esto es lo que hace que cada kilómetro valga la pena.
Etapa 3
El día anterior lo habíamos terminado junto a una cascada preciosa, aunque la belleza tenía un precio: ¡el ruido del agua me dejó sin dormir! A las 8:00 am, desayunamos tranquilamente, disfrutando de la tranquilidad del lugar.
Hoy decidimos tomar una ruta nueva para no volver por la misma senda, lo que resultó ser un error de novatos. La subida era tan empinada y el terreno tan difícil que ni siquiera intentamos pedalear. Simplemente empujamos a Siroco y Veleta como si fueran carretillas de mercado.
Cuando finalmente alcanzamos una carretera secundaria, me dieron ganas de besar el asfalto, aunque este tampoco era gran cosa. Entre baches y pendientes interminables, seguimos ascendiendo hasta llegar a los 680 metros de altitud. Desde la cima, las vistas nos dejaron sin palabras.
La recompensa del trayecto: bajadas vertiginosas que me hicieron sentir como si estuviera volando. ¡Qué sensación de libertad! Finalmente, llegamos al Lago As Pontes, un lago artificial que en su día fue una mina. El lugar era impresionante, pero las reglas eran claras: las tiendas de campaña estaban prohibidas. Así que, tras cocinar nuestra cena, esperamos que oscureciera para escabullirnos.
Después de un largo día de pedaleo y decisiones cuestionables, encontramos el lugar perfecto para acampar con vistas al lago. Mientras montábamos nuestra tienda, un ciclista nos aseguró que nadie nos molestaría allí. Nos metimos en el saco agotado pero felices.
Etapa 4
Son las 7:00 am y la luz del amanecer nos despierta suavemente… bueno, más o menos. Resulta que durante la noche tuvimos la “amable” visita de unos jabalíes cerca de nuestra tienda. Afortunadamente, decidimos ignorarnos, pero el susto quedó ahí.
Después de salir de la reserva y recorrer 4 kilómetros hasta el punto de entrada, llegamos a un bar para tomar nuestro ansiado café. Mientras disfrutábamos de la bebida caliente, aproveché para contactar con un warmshower . Lo tenemos!!! Destino Pontedeume.
Al llegar a Pontedeume, nos tomamos un descanso junto a la ría. El paisaje era precioso, pero el frío era tan intenso que estábamos rodeados de personas con chaquetas… en pleno julio. ¿Dónde quedó el verano gallego?
Por la tarde, seguimos las detalladas instrucciones de Andrés, nuestro anfitrión Warmshower..
Llegamos por fin. Pero nadie sale a recibirnos. Andres no dice que nos viene a abrir la casa para nosotros.
Un rato después, apareció nuestro anfitrión: un chico súper simpático que nos hizo sentir como en casa al instante. Nos contó que estaríamos solos, pero nos dejó una gran noticia: en dos días habría una fiesta en la casa con música en vivo, comida y cerveza. Nos insistió en quedarnos para disfrutarla. Aunque nos entusiasmaba la idea, por ahora queríamos descansar.
La joya de la casa: ¡una ducha al aire libre con agua caliente! Bueno, “joya” según cómo lo mires. La ducha era una tienda de campaña improvisada con una manguera, pero después de días sin bañarnos, nos pareció un lujo de cinco estrellas.
Etapa 5
El día anterior, habíamos recibido una oferta tentadora: Andrés, nuestro anfitrión Warmshower, nos insistió en que nos quedáramos para la fiesta que se celebraría el sábado. Aunque nos tentaba la idea, también sentíamos la necesidad de seguir avanzando. Galicia nos estaba regalando su versión más fría y lluviosa del verano, y queríamos aprovechar cualquier ventana de buen tiempo para continuar.
A pesar de las dudas iniciales, decidimos quedarnos un día más, y qué acierto. Entre chubascos y momentos de sol, nos dedicamos a reírnos y a hacer una sesión de fotos improvisada. Las poses más absurdas y los momentos espontáneos llenaron el día de carcajadas. Andrés, siempre generoso y simpático, nos hizo sentir como en casa.
A veces, quedarse quieto un momento también es parte de la aventura.
Etapa 6
El día arrancó con el cielo gris, ese clásico “modo tormenta” que nos susurra al oído: “Hoy toca aventura”. Desde temprano, unas gotas juguetonas empezaron a caer, lo suficiente para empañar las gafas pero no para mojarnos del todo. A pesar del clima, estábamos motivados: ¡143 km recorridos desde el inicio de la ruta! Poco a poco, vamos recuperando esa sintonía con la vida nómada que tanto nos llena de alegría.
Por la mañana, pedaleamos sin muchas complicaciones, disfrutando de los paisajes mientras esquivamos alguna que otra nube caprichosa. Al medio día, hicimos una parada para comer y, como siempre, aproveché la app Park4Night para buscar un lugar donde pasar la noche. Pero esta vez la tarea se complicaba: los pueblos estaban demasiado cerca unos de otros, y encontrar un rinconcito agradable para acampar parecía misión imposible.
Después de llenar nuestras barrigas y retomar el camino, todo parecía ir bien. Pero, como en cualquier buena película de aventuras, el giro inesperado no podía faltar. Justo cuando estábamos en un cruce con muchísimo tráfico, el cielo decidió desatar su furia. En cuestión de segundos, la lluvia pasó de ser una ligera compañera a convertirse en un diluvio digno de Noé. Las gotas caían tan fuertes que apenas podíamos ver el camino.
Las alforjas Columbus, fieles compañeras de aventura, demostraron su calidad incluso bajo las condiciones más desafiantes. Ni una sola gota de agua logró filtrarse, garantizando que todo nuestro equipaje permaneciera seco y a salvo.
Empapados y con la ropa ya pidiendo un SOS, decidimos darnos un capricho. “¿Y si hoy dormimos en un hostal?” – propuse, mientras Frank intentaba exprimir el agua de su chaqueta (sin mucho éxito, por cierto). Busqué rápidamente en mi teléfono y encontré un lugar económico a unos 5 km: Arteixo, un pueblo más grande de lo que esperábamos.
A eso de las 5 de la tarde, llegamos al hostal. ¡Qué alivio! Nada más entrar en la habitación, soltamos todo el equipo y nos miramos como diciendo: “Esto es vida”. Después de acomodarnos, nos aventuramos al centro del pueblo en busca de una lavandería que nos habían recomendado.
Y ahí estábamos: metiendo en una lavadora industrial todo lo que encontramos en el equipaje. Ropa, toallas, sábanas… ¡nada se salvó! Mientras la máquina hacía su magia, aprovechamos para hacer la compra en el supermercado cercano, asegurándonos de tener todo lo necesario para la cena y la etapa de mañana. Fue una de esas pequeñas victorias que te llenan de satisfacción.
Esa noche, mientras cenábamos tranquilamente en nuestra habitación calentita, la tormenta seguía rugiendo afuera. Pero nosotros estábamos secos, limpios y listos para descansar. No estuvo nada mal para un día que pintaba como un desastre.
Etapa 7
El día anterior había sido otra mezcla de aventura y momentos cómicos. Era domingo y además el Día Nacional de Galicia, San Santiago. La carretera general AC552, normalmente transitada, estaba sorprendentemente tranquila, lo que hizo agradable pedalear.
A mediodía, preparamos unos garbanzos con espinacas en una zona recreativa cercana. Allí probamos las mosquiteras de nuestras hamacas, un episodio que terminó en carcajadas al no saber cómo instalarlas. Como todo lo grabamos, podéis encontrar este momento en nuestro canal de YouTube.
En busca de agua, llegué a la piscina municipal. Allí, la encargada, al escuchar sobre nuestra aventura, nos ofreció ducharnos gratis. Eso sí, sin agua caliente. ¡Qué experiencia tan revitalizante!
De vuelta en la zona recreativa, conocimos a un grupo de vecinos encantadores que nos invitaron a unirnos a su tarde de barbacoas, cartas y orujo casero. Con una energía envidiable, este grupo de abuelitos gallegos nos contó sobre sus coros, teatro y bailes. Nos sentimos tan bien acogidos que no queríamos irnos.
Al final de la jornada, después de ayudarlos a recoger, montamos nuestra tienda de campaña bajo la zona cubierta, listos para un merecido descanso.
Etapa 8
El día comenzó temprano, a las 7:30 am ya estábamos en pie. Sin embargo, la noche no había sido tan tranquila como esperábamos. Primero, un grupo de jóvenes haciendo botellón decidió utilizar nuestro campamento como su improvisado club nocturno. Por suerte, no nos vieron, pero su breve presencia nos mantuvo alerta.
Luego, los verdaderos protagonistas de la noche hicieron su entrada: unos animales (¿jabalíes, tal vez?) que rondaban cerca de nuestra tienda. Frank, valiente como siempre, intentó asomarse para investigar, y ese breve momento fue suficiente para que los mosquitos invadieran nuestro refugio. Entre el botellón, los animales y los mosquitos, nuestro descanso fue, digamos, limitado.
Pero la ruta continuaba, y nuestro destino era Vixa Baio, donde había una zona recreativa que sonaba prometedora.
El clima nos regaló una jornada de «quita y pon» constante: chaqueta, chaleco, jersey… y vuelta a empezar. Las nubes amenazaban lluvia todo el tiempo, pero decidimos tomarnos el día con calma. A la hora del almuerzo, incluso hicimos una parada en el supermercado cercano para abastecernos.
Al llegar a la zona recreativa, entendimos por qué la llaman el “Bosque Mágico”. El lugar era un rincón encantador: un riachuelo serpenteaba entre árboles altos y un espeso follaje que invitaba a explorar. Decidimos montar las hamacas para descansar un poco, pero el aire frío nos congelaba la espalda. Aunque no conseguimos dormir, al menos pudimos relajarnos.
Mientras Frank recogía la cocina tras prepararme un café calentito, decidí dar un paseo. ¡Qué descubrimiento! La espesura del bosque, el riachuelo cristalino y un antiguo molino le daban al lugar un aire de cuento. En el camino, conocí a Xove, Adriana y sus hijos.
Adriana, valenciana, y Xove, gallego, eran grandes amantes de la naturaleza. Me aseguraron que no tendríamos problemas para acampar allí y compartimos una charla que se volvió mágica al presenciar juntos cómo una nutria se lanzaba al río. ¡Un regalo inesperado!
Xove, quien trabaja como forestal, nos recomendó lugares fascinantes para visitar, desde los rincones secretos de la Costa da Morte hasta consejos prácticos para evitar a los jabalíes cerca de los maizales. Antes de despedirnos, intercambiamos teléfonos y, mientras cenábamos, ya nos había llegado su primera recomendación. ¡Qué suerte tenemos de cruzarnos con gente así!
Finalmente, montamos nuestra tienda de campaña en el lugar más plano que encontramos. Desde ese momento, este lugar quedó bautizado como nuestro “Bosque Mágico”.
Etapa 9
Despertamos despues de una noche tranquila, aunque algo inclinada… parece que dormir en equilibrio se ha convertido en una especialidad nuestra. Hoy es un día especial: ¡nos dirigimos al fin de la tierra, Finisterre! Con un sol radiante y apenas viento, empezamos nuestra jornada con gran entusiasmo.
El camino hasta Finisterre es precioso y retador. Los últimos kilómetros nos hacen sudar con su ascenso constante. Por fin llegamos a Finisterre, (295km).Al llegar al faro, el famoso “Km 0” del Camino de Santiago, estamos rodeados de turistas y peregrinos, pero la emoción nos invade. Nos bajamos de Siroco y Veleta y nos abrazamos con fuerza, ¡lo hemos conseguido! El paisaje es espectacular, el mar infinito parece mezclarse con el cielo, y el sol brilla como si estuviera celebrando nuestra llegada.
Aunque el faro tiene su encanto, no podemos evitar sentir que el lugar ha perdido algo de su magia entre tanto bullicio. Decidimos buscar un rincón más tranquilo para comer. Nuestro clásico bocadillo de queso, foie gras y miel sabe a gloria. Mientras disfrutamos, conocemos a otros cicloviajeros: una pareja holandesa y una simpática alemana que nos invita a su casa como futuros Warmshowers. ¡Qué pequeño es el mundo cuando viajas en bicicleta!
Con el estómago lleno y el sol aún alto, volvemos a la carretera. Tras pedalear unos kilómetros más, encontramos una playa salvaje que nos deja sin aliento. Desde la carretera vemos dunas que nos invitan a explorar. Dejamos nuestras bicicletas y bajamos a inspeccionar. Es un lugar remoto, sin duchas ni comodidades, pero con una belleza que lo compensa todo. Lamentablemente, descartamos darnos un baño para no pasar la noche pegajosos de sal.
El viento comienza a levantarse, típico de la Costa da Morte, así que decidimos cocinar algo caliente y preparar nuestro campamento antes de que anochezca. Entre risas y anécdotas, la conversación fluye mientras cenamos. La sensación de estar solos en un lugar tan impresionante nos llena de paz. Solo esperamos que esta noche sea tranquila para recuperar fuerzas y continuar nuestra aventura de regreso mañana.
El caos inicial de los caminos y el tráfico veraniego es un recordatorio de que todo comienzo trae consigo incertidumbre y caos. Sin embargo, es en esa incertidumbre donde descubrimos la oportunidad de encontrar nuestro ritmo. En la vida, como en la ruta, salir de las «carreteras nacionales» y adentrarnos en caminos menos transitados nos da la paz que buscamos.
Cada etapa demuestra cómo la naturaleza puede ser tanto un lugar de calma y maravilla como un escenario lleno de obstáculos inesperados. Las subidas empinadas, la lluvia torrencial y los encuentros con animales subrayan que, en el cicloturismo, no todo es predecible. Aceptar lo incierto es parte del viaje.